Hace unos cuatro años cuando trabajaba de noche como relaciones públicas para algunos clubes y discotecas de Barcelona me ocurrió un suceso de lo más curioso.
Volvía andando sólo a las cinco o seis de la madrugada des de el puerto de Barcelona hasta Arc de Triomf.
Mi intención era poder llegar antes de las seis para tomar el primer tren en dirección Maçanet- Massanes.
Lo sorprendente vino cuando después de rodear el Parc de la Ciutadella empecé a subir por el Passeig de Lluís Companys.
Y allí lo vi.
Era una figura que me miraba a lo lejos donde me encontraba yo.
El sol aún no había salido, la luna estaba tapada y la débil luz de las farolas iluminaba todo el paseo.
Me encontraba completamente sólo. Por extraño que pareciera no había ni grupos de jóvenes, ni parejas, ni borrachos.
Entonces me fije bien.
Era de un color blanquecino con unos ojos de lo más oscuros.
El contraste era de lo más exótico. Su pelaje parecía suave y tenía un aspecto de limpio, como si no estuviera abandonado.
Sus facciones era salvajes, parecidas a las de un lobo.
No sabría decir de que raza era ese perro. No era ni un husky ni un samoyedo.
Mi reacción fue la de cruzar alejándome de él, pero se hallaba en un lateral y no se movía para nada.
Fui avanzando lentamente.
No es que tuviera miedo de los perros, pero prefería evitar cualquier susto o imprevisto.
A medida que subía, de reojo lo iba siguiendo. Con la cabeza girada me seguía.
Me miraba fijamente a los ojos.
Cuando llegué hasta el propio arco, a lo lejos aún lo vislumbraba.
No ocurrió nada más.
Al relatar esta historia he escuchado reacciones de lo más dispares. Algunos argumentan que se trataba de un bonito perro abandonado, otros de que su dueño no andaría lejos, y en algunos casos me han comentado de que a veces mantenemos contactos que toman formas que nunca imaginaríamos.
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