Cuando me propongo la hazaña de viajar como mochilero con mi única presencia, siempre acabo viviendo un gran número de aventuras.
En esta ocasión, estas se hayan ambientadas en Nápoles y ocurrieron en fechas navideñas. No porque odie la Navidad ni mucho menos, sino porque son las fechas idóneas para mi para viajar.
A mi llegada a la ciudad lo que más me llamó la atención fue el clima temperado que habitaba en la zona. Una ciudad que me recordaba a un gigantesco barrio del Raval en Barcelona (o según palabras de mi padre, a una ciudad que parecía vivir como en la España de los años 60-70).
Con un tráfico de lo más descontrolado, pude al fin llegar a mi hostal (muy cerca del puerto). Al pedir mi habitación, dejé mi maleta, cogí mi mochila pequeña y salí a la aventura.
Llegué a la Piazza Plebiscito y allí pude contemplar el magnífico Teatro St.Carlo y el Palazzo Reale.
Luego seguí hacia la calle de Toledo y cogí el Funicular, dirección al Catillo de Sant Elmo. Las vistas eran preciosas y pude gozar de la panorámica de toda la ciudad con el rosado de la puesta de sol (se ponía el sol a partir de las 4-5 de la tarde).
Al anochecer me dirigí a la parte norte de la ciudad, para poder ver la belleza de las iglesias: Gesú Nuovo, Santa Chiara, S. Domenico Maggiore, Cappella San Severo, S. Paolo Maggiore, S. Lorenzo Maggiore. Y también para poder pasear por la calle de S. Gregorio Armeno (llena de tiendas de artesanos que se dedican a fabricar y vender figuritas de Pesebre Napolitano). Es fantástico meterse en el bullicio con los transeúntes y los vendedores.
Para cenar fui a la mejor Pizzería de la ciudad (la de Gino Sorbillo) donde probé una de sus mejores pizzas: Formaggi (con Mozarella y otros quesos típicos de la zona).
Con la barriga llena me volví al hostal, listo para proseguir al día siguiente.
A mi llegada a la ciudad lo que más me llamó la atención fue el clima temperado que habitaba en la zona. Una ciudad que me recordaba a un gigantesco barrio del Raval en Barcelona (o según palabras de mi padre, a una ciudad que parecía vivir como en la España de los años 60-70).
Con un tráfico de lo más descontrolado, pude al fin llegar a mi hostal (muy cerca del puerto). Al pedir mi habitación, dejé mi maleta, cogí mi mochila pequeña y salí a la aventura.
Llegué a la Piazza Plebiscito y allí pude contemplar el magnífico Teatro St.Carlo y el Palazzo Reale.
Luego seguí hacia la calle de Toledo y cogí el Funicular, dirección al Catillo de Sant Elmo. Las vistas eran preciosas y pude gozar de la panorámica de toda la ciudad con el rosado de la puesta de sol (se ponía el sol a partir de las 4-5 de la tarde).
Al anochecer me dirigí a la parte norte de la ciudad, para poder ver la belleza de las iglesias: Gesú Nuovo, Santa Chiara, S. Domenico Maggiore, Cappella San Severo, S. Paolo Maggiore, S. Lorenzo Maggiore. Y también para poder pasear por la calle de S. Gregorio Armeno (llena de tiendas de artesanos que se dedican a fabricar y vender figuritas de Pesebre Napolitano). Es fantástico meterse en el bullicio con los transeúntes y los vendedores.
Para cenar fui a la mejor Pizzería de la ciudad (la de Gino Sorbillo) donde probé una de sus mejores pizzas: Formaggi (con Mozarella y otros quesos típicos de la zona).
Con la barriga llena me volví al hostal, listo para proseguir al día siguiente.
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