lunes, 11 de febrero de 2013

Amigo y skins

Cuando tenía unos 13-14 años uno de mis mejores amigos de la infancia hizo un cambio radical.

Escuchaba música punk-rock, bebía, fumaba, vestía distinto y empezaba a relacionarse con gente nueva.

Fue como de la noche al día, y fue un poco chocante para todos.




Yo seguía quedando con él ya que nos seguían gustando las mismas cosas (en un principio). Solíamos pasar las tardes jugando a videojuegos, viendo vídeos o jugando con maquetas y modelismo.

Hasta aquí nada había cambiado, pero pronto me empezó a invitar a ir con sus nuevos amigos y amigas.

Yo no conocía a nadie, pero la primera vez que los vi me parecieron muy extraños. Eran chicos y chicas de nuestra edad e incluso más mayores, los cuales vestían con botas, chaquetas y peinados muy modernos.

No entendía mucho sus conversaciones. Hablaban de grupos de música que yo ignoraba, de conciertos, manifestaciones y de peleas.

Eran "skinheads". Empecé a conocer más sobre esta tribu urbana a partir de mi amigo. Aunque no me sentía del todo cómodo con ellos, si que me sentía bien con mi amigo, así que seguí quedando con ellos.

Sus planes era puras rutinas callejeras. Las tardes de los viernes, sábados y domingos nos reuníamos en la Plaza de los Hippies (cerca de tallers), y allí compraban alcohol en el establecimiento de víveres pakistaní de la misma plaza. 

Por la noche siempre había algún concierto al que acudir. Cogíamos trenes y ferrocarriles.

Pero llegó el día en que el miedo se apoderó de mi. Hasta el momento parecía divertido aparentar ser mayor, hacer cosas que sólo hacían los jóvenes de 18 o mayores, pero un día fuimos a una manifestación.

No era una manifestación normal, era una concentración ilegal con la finalidad de pelearse con otro grupo de skins (los skins fascistas).

Aún recuerdo el momento en el que estaba con mi amigo, los dos sentados en un vagon casi fantasma del tren. Nos cruzamos con dos otros chicos, los cuales iban vestidos como skins. En ese momento pensé que mi vida corría peligro. Mi corazón se aceleró y el pulso se intensificó. Pensé que en cualquier momento me podían apuñalar o dar una paliza...

Que descanso, cuando mi amigo los reconoció y vió que eran dos amigos suyos.

Mi amigo decía que todas las experiencias callejeras que había vivido le habían aportado la experiencia de un hombre de 30 años. 

Por suerte al poco tiempo pude discernir bien y vi que esta amistad no era tan buena amistad. Tomé mi propio camino y no me arrepiento.

La moraleja es la siguiente:

"No tengas prisa por crecer demasiado, puede que si lo haces frozadamente entonces sea demasiado tarde para volver a ser pequeño"