Después de haber salido de fiesta, los dos madrugamos para poder llegar a las 8 a la plaza del Ayuntamiento. Desayunamos por el centro en una cafetería y a los pocos minutos conocimos a un grupo de extremeños quienes nos invitaron a beber con ellos.
Pasó una hora y la plaza empezaba a llenarse para la celebración del Txupinazo a las 12. Poco tardó la gente en iniciar una guerra de lanzarse por encima el vino, la sangría y el calimocho. Sin esperarlo me empecé a ver más lila que blanco. Y a la media hora ya estabamos totalmente empapado.
La fiesta se empezó a desmadrar y las botellas de vino empezaron a volar por los aires, las chicas se subían encima de los chicos y algunos enseñaban las tetas animadas por los cánticos. Desde los balcones también recibimos palanganas de agua y vino.
Entre las diez y las once fue lo peor. La plaza llenó su máximo aforo y aún así había gente empujando para entrar. Las pelotas de plástico gigantes surcaron la gran marea humana que se había formado.
La presión empezó a aumentar, y me vi envuelto entre dos corrientes, una que quería entrar y otra que quería salir. De repente estalló una pelea, y algunas personas cayeron en el suelo. Sentí un poco de miedo ya que debía de hacer muchísima fuerza para mantenerme erguido.
Me sentí con falta de aire, y con un gran mareo. Las piernas me empezaron a temblar y una sensación de pánico anidó en mi interior. Traté de relajarme y de pensar que sólo eran síntomas pasajeros. Aunque el miedo cada vez iba a más. Entonces con todas mis fuerzas decidí tratar de escapar de esa ratonera. Lo pasé realmente mal, hasta que por fin después de batallar un buen rato logré salir a una calle principal. Tomé aire, me relajé y entonces me di cuenta de que Jeimi no seguía conmigo.
Di la vuelta a la plaza y accedí de nuevo por una calle que quedaba más cercana al ayuntamiento. Allí es donde vi que habían colgado una gigantesca Ikurriña. Y por lo visto el gobierno no cedió y no se inició el pregón hasta que la bandera fue descolgada (retraso de 20 minutos). La gente se hallaba a la espera cantando y con los pañuelos rojos en el aire.
Pero la tensión no terminó aquí. Después del txupinazo, un petardo cayó en el público y su estallido se efectuó a tan sólo 2 metros de donde me encontraba yo. De nuevo la suerte me sonrió.
Luego salió la banda municipal y me fui a comer un bocadillo de chorizo y pimientos, y a beber con los compañeros del piso. Sorprendentemente me encontré a Jeimi, pero el pobre había perdido los zapatos y el móvil.
A lo largo de la tarde recorrimos los bares del casco antiguo y ya por la noche pude contemplar los espectaculares fuegos artificiales de la Ciudadela.
Tampoco me quedé sin probar los bocadillos de chistorra y las tapas a la hora de cenar. Los conciertos de la noche fueron de lo mejor de la programación.