Y ya el domingo, mi último día, madrugué levantándome a las 4 de la mañana. Había gente que trasnochaba para poder coger un sitio privilegiado en las barreras.
Pero en nuestro caso, yo y Jeimi durmimos unas 3 horas, y decidimos entonces ir a coger sitio. Al llegar ya estaba lleno, aún así logramos poder hacernos con un pequeño espacio en la calle de los Mercaderes.
Fueron unas 3 horas de espera y de intensas presiones, ya que la gente quería coger sitio a toda costa. Al final pude ver el Encierro en primera linea. Todo un espectáculo poder verlos de tan cerca.
Da mucha impresión el observar como estas bestias de 500 kilogramos cruzan las calles a toda velocidad y los corredores a su alrededor.
Después de ver los toros nos fuimos a comer churros en la Mañueta, la mejor churrería de Pamplona. Este local tiene más de 140 años y sólo abre dos veces al año. Los hornos son de leña y el sabor de los churros es único e inmejorable. Pero para poder degustarlos aún mejor, nos los tomamos con una buena taza de chocolate caliente en un bar de al lado del mercado.
Hacia el mediodía salieron los gigantes y los cabezudos. El reccorrido se inició en la plaza mayor y terminó en la catedral. Los cabezudos llevan como una especie de mazos hechos de espuma con los que van golpeando a la gente.
De la catedral salió la procesión con los representantes de las distintas hermandades. También había un gran número de bandas musicales.
Lo último en aparecer en escena fue la procesión de San Fermín. Pasearon a cuestas la talla del santo mientras hacían ofrendas, pregarias y misa en la calle.
Ya a partir de la tarde me fui hacia la plaza de autobuses, después de despedirme de Natalia, Víctor y Jeimi.
Con unas seis horas y media de trayecto en autobús, de Pamplona a Barcelona, me quedé con el recuerdo de haber vivido uno de los fines de semana más intensos de toda mi vida.